domingo, 3 de marzo de 2013



CUANDO SOY MÁS DE LO QUE VES



Las llaves las dejó junto al móvil. Estuvo a dos pasos de la muerte.  Escuchó el crepitar de su alma, no necesitaba nada más. Él dormía. Ella no recurrió a nadie. Todo le iba mal. Se sentía sola, hacía tantos años que dejó de ser la niña de papa…
No cogió el ascensor. Una a una bajó las escaleras, fue cuando las contó por última vez. Eran 50 escalones lo que le separaba de la libertad. Le costó años decidirse, sus pesares eran graves y sabía que desprenderse del pasado no seria fácil. Ese día decidió poner punto y final. Salió, un manto negro la cubrió toda. Las estrellas parpadeaban  en el cielo, se quedó mirando a ese mundo singular.  Empezó a remontar por la Diagonal, mientras caminaba se perdió en los recuerdos - ¿Qué vería en  él?-¿Por qué me case? – pensó.    

Vislumbra su silueta en un escaparate y no pudo reconocerse, se vio como una caricatura que carecía de  gracia, rellena de paja. Torció a la derecha, la calle Muntaner era muy larga… El día comenzó a clarear, no sabía a donde ir.  Mientras caminaba, repasaba su vida de arriba abajo, pocas imágenes buenas y demasiadas malas. Recordó  con nostalgia sus años de “recién casada” y de cómo sus amigas la envidiaban.

– Que guapo que es Irene, chica, cuéntanos como es en la cama…-
Sonreía sin ganas al recordar, si ellas supieran lo “bueno” que era en la cama y fuera de ella. Le daba vergüenza que supieran el infierno por el que pasaba.

Cuando terminó ese amor tan “prometedor,” aprendió lo inverosímil de la vida  sus contradicciones, sus múltiples formas que se enroscaban a su alma, cómo caracolas.
Te puedes encontrar con personas que logran deslumbrarte al principio, y se presentan como “buenas”, pero el tiempo desdobla su faceta y las desnuda dejándolas con su verdadera cara, con ese rostro que terminas odiando. Irene se miró, sabia que el no era su “alma gemela”.                                                 

 Cada noche al acostarse las sombras del techo le hablaban, ella  permanecía atenta, por si era allí, donde pudiese encontrar la respuesta. Sólo deseaba, “sobrevivir”…Cuando lo conoció era divertido, cariñoso y sexual, pero eso duro tan poco…Mucho tiempo vivió de recuerdos, negándose la realidad, creyendo qué un día, todo volvería a ser igual, su madre le había dicho que a veces los hombres tienen aventuras, y que es mejor hacerse la tonta “Que los maridos siempre regresan…” No podía pedir ayuda a sus padres, en aquellos tiempos era una deshonra para la familia divorciarse.

Mientras a lo lejos vislumbra La Rambla, recordaba con un inmortal desconsuelo el día que le confesó a su madre su duelo, pudo observar la vergüenza que su madre sintió al oírla. Le contó que a cada golpe que él le daba, la iba menguando y que tenía miedo, que esas palizas terminarían con ella. Necesitaba que su madre hablara con papá, para regresar…Le dijo que eso ya no se podía ser, que la gente murmuraría. Esas palabras iban acompañadas de un gesto gris y frio de la madre. Todo quedó dicho, el silencio apareció…La madre no quiso ver la   desdicha de Irene, sus palabras se quedaron dormidas en la orilla de su boca.

- Te comprendo mamá, no te preocupes, si al fin y al cabo no es para tanto, mañana estaré mejor y todo se arreglará – la abrazo fuertemente y se marcho. Irene se fue alejando, y a cada paso que daba, mas se alejaba, sabe que ya nada es posible, que las raíces son tan antiguas como los recuerdos.

 Llevaba mucho caminado, bajaba por las Ramblas, las paradas estaban llenan de flores y de bellos colores, las azucenas, las lilas  y las margaritas, las rosas emanaban su característico perfume, los pájaros trinaban al vislumbrar la claridad, todavía faltaban unas horas para que el sol brillase. Se adentró en el metro y bajó unos escalones, se sentó sobre uno de ellos, estaba cansada. Apoyó la cabeza contra la pared y cerró los ojos. Se vio dentro de su propio recuerdo, de un  domingo por la tarde, en el bar, rodeada de sus amigas de siempre, hablando de novios y jugando al billar, bebiendo Ron con Coca-Cola y riendo sin parar…

Le vino la imagen de la cama vacía todas las noches, la dolía recordar. Pensó que cuando se tienen 30 años es casi divertido discutir, liberas tensiones, pero esas inquietudes se apaciguan y si continúan terminan dañando, y a los 50, ves que ya no hay solución, que el cuerpo esta fatigado y el alma enferma.
La  memoria  prolongaba las horas en días y estos en meses, los cuales  tienden a cumularse en años. Irene soñaba que un día volaría…Con miedo vivió junto al hombre, al cual le dio lo mejor de su vida…Estaba asustada en cada recuerdo notaba como se iba encogiendo. Su primer pensamiento nítido recordaba  cuando escondía el chupete, para que no se lo quitaran. 
- ¿Irene donde has escondido el chupe? - No ves que te van a salir los dientes torcidos -  decía su mamá, preocupada porque a tan “avanzada” edad aun chupara.
El papá le decía - “Cascabel, dame el chupete y el domingo te llevo a la feria”- le contaron que era una niña risueña, alegre y cantarina.

Todos los veranos marchaban de vacaciones a Benicarló, visitaban año tras año el castillo del papa Luna. Las hermanas jugaban a reinas y princesas, fantaseaban sobre los príncipes que conocerían... Cada año se repetía la misma historia, Irene lo recordaba una y otra vez con nostalgia. Los padres las esperaban y siempre acababan enfadados y gritando, cada vez que iban a la playa, todo eran nervios, los bikinis, las toallas y los bocadillos, se volvían locos, los gritos se oían desde lejos.
 - Niñas nos vamos solos, llevamos  una hora de reloj esperándolas-  así transcurrió su niñez, plagada de risas, riñas y enfados, los juguetes volaban, pues las hermanas siempre querían los mismos, pero a los tres minutos de haberse arrancado las palas y los cubos a tirones, y en otras ocasiones hasta las trenzas. Como por arte de magia, todo estaba resuelto y juntos se marchaban felices a bañarse. Cerraba  los ojos fuertemente y recordaba  el olor del mar y veía a sus padres. Por ese entonces Irene tiene unos 10 años y le gustaba su vida, el colegio y las amigas. Leía  todo lo que caía en sus manos,  sobre todo historias de amor. Su madre le contaba las más bonitas, porque las de su madre siempre acababan bien…
Irene tocaba dulcemente la flauta  y su hermana Anabel la guitarra, todas las hermanas estaban muy unidas, juntas se sentían dichosas. Irene se sabía todas las canciones que a su padre le gustaban. En vacaciones mientras viajaban en el seiscientos de papá, el casete vibraba fuertemente con Antonio Molina, Farina,  Antonio Machín, Bambino, Lola flores y algunos más. Siempre hablaban de amores y engaños, a sus hermanas no les gustaban tanto como a ella, Irene se enfadaba si su padre lo paraba. Esos fueron los años más felices de su vida.
En los kilómetros que separaba Barcelona de Castellón tenían que parar varias veces, Carlota se meaba, Anabel tenía sed y Ester quería una Coca-Cola. El aire que entraba por la ventana lo recordaba tibio y pegajoso, ese fue su pasado y no quería olvidarlo, pues le recordaba quien fue. Recuerdos difuminados que la ayudaban a saber quién era. Se sentía perdida.

- Te he traído un regalo-  aquella tarde de domingo Gonzalo le declaró su amor a la sencilla y tranquila muchachita.

- Gracias- esboza una sonrisa deformada y nerviosa, sintiendo el corazón palpitarle fuertemente. Al poco tiempo se caso enamorada, por él hizo de todo dentro y fuera de la cama “Pero era poca hembra para tanto macho…” Gonzalo a los tres años dejo de desearla y sus caricias y besos eran para “otras” los de ella ya no le excitaban, hay empezaron las prohibiciones “esa ropa es de putas” “tus amigas son unas guarras” ”la madre de mis hijos no trabaja “Irene aprendió que la tensión se aliviaba cerrando los ojos y soñando despierta, fantaseando para aliviar su pena, sé imaginaba que a miles de kilómetros había un lugar nuevo para ella, que podría ver el horizonte azul y la aurora amarilla, fingiendo una entereza que en realidad no tenia.

 Cuando llegaron los golpes y los insultos solo tres años la separaban de su casamiento, de la luna de miel y de París.
Gonzalo fue un experto guía para Irene, ella no había pasado de Castellón y con él creyó conocer la dicha. Se amontonaban los recuerdos en su memoria. La torre Eiffel, con el se enteró que  cada 7 años la pintan, que tiene 1665 escalones y que 313 metros la separan del suelo.           
El Louvre, antiguamente una residencia real, en un pasado no muy lejano, fue un suntuoso palacio, hoy un museo de pinturas importantes. Versalles un palacio inmenso de estilo gótico y la historia de los reyes franceses: “qué si María Antonieta había muerto degollada por el pueblo…”. Le fue enseñando los jardines y describiéndole las fiestas con todo lujo de detalles, y en un muro gravó sus nombres dentro de un corazón “toujours” ”Para siempre” Irene lloró al verlo en aquellas paredes inmensa. Y también Notre-Dame, una iglesia majestuosa y diferente a todas las que había visto en su vida, le conto que fue construida a lo largo del siglo XI que estaba dedicada a la virgen María, de hay el nombre”Notre- Dame” “Nuestra Señora” obra escrita por Víctor Marié Hugo.
Y otras historias, como cuando beatificaron a Juana de Arco. Y que en el 1804 Napoleón el se corono a si mismo… Ella recordaba al jorobado Quasimodo y a la gitana Esmeralda, ella romántica y el culto.

Recorrieron varias veces el túnel del “Puente del Alma” en la parte norte del Sena, el punto exacto donde La princesa de gales “Lady Di” perdió la vida muchos años después. Bajo la lluvia melancólica París le pareció majestuosa. En el hotel y por las noches vaciaban las botellas de Champan, Irene bailo desnuda para él. El último día recorrieron el barrio de los pintores. “Montmartre” situado en lo alto de la colina, el barrio bohemio por excelencia de Francia, desde tiempos remotos hogar de artistas, escritores y poetas.

- Cuando lleguemos a España veremos las películas “Amelie” y “Moulin Rouge” que aquí mismo fueron rodadas... En un rincón de la basílica del “Sacré Coeur” la besaba apasionadamente, Irene entre risas y susurros  tenia que recordarle donde estaban. Gonzalo la deseaba y la urgencia por hacerle el amor lo volvía loco. Ella deseó quedarse allí para siempre.

Esperaba impaciente a Gonzalo, de su vuelta del trabajo, si alguna vez tardaba un poco más de la cuenta Irene se impacientaba, una zozobra le recorría y no la dejaba estarse quieta en ninguna parte…En cuanto se abría la puerta se abalanzaba sobre él, Gonzalo la cogía en brazos y la llevaba a la cama, creyó que en su piel llevaría para siempre grabado el olor del hombre amado.
Todos los sábados se levantaban temprano, iban a Montjuic, se tumbaban en la hierba después de correr uno detrás del otro, durante más de una hora. El corazón una mañana le dio un vuelco al percatarse  que no eran cosas de celos, lo que sospechaba. Se asusto aquella mañana, en la que notó, como se miraban la chica del chándal rosa y  Gonzalo, corría siempre en la misma dirección y a la misma hora que ellos, todos los sábados. A los pocos días comprobó que esa, era una más de sus ” Novias” cuando descubrió sus mensajes en el ordenador, no sabía que hacer, todo le daba vueltas, su mundo se estaba desmoronando.

-¿Por qué Gonzalo?- preguntó temiendo la respuesta

-Eres simple y pueblerina, yo merezco otra cosa. No eres lo que yo esperaba - Llevaba puesta la americana que Irene le regalo para su cumpleaños. Olía a Channel.

-¿Y que esperabas?- desde ese mismo momento supo que el amor formaría parte del pasado.

-No  sé. Alguien distinto a ti-  avergonzado bajo los ojos esquivando los de ella. –
-No pego a su lado- fue lo único que pensó, sin saber por qué recordó aquella tarde de domingo, no era el hombre ideal, para su mundo sencillo.

Se despertó a altas horas de la madrugada y lo vio reflejado en la pantalla del ordenador, susurrando palabras y risas on-line. El ratón raspaba la almohadilla y con destreza movía la mano…El vomito le salió disparado, con el pijama puesto se metió debajo de la ducha, el agua ahogaba su llanto, no escuchó los pasos, el primer golpe se le quedo gravado para el resto de su vida.

 -No quiero llantos ni histerias- le gritaba mientras le arrancaba el pijama y con movimientos excitados y extraños al último impulso de su sexo eyaculó dentro. Sangrando sin parar por la nariz, la seguía golpeando, cayendo nuevamente al suelo, no supo el tiempo que estuvo tirada sin poder arquear la espalda. Una a una las imágenes tomaban vida. Se preguntó si alguna vez él le amo, no encontró la respuesta.
Cerraba los ojos, porque a veces hay que cerrarlos, para olvidar más rápido. Claudicando entre el llanto, esta vez sus sueños no vinieron a aliviarla. Ya no pudo más, quiso marcharse donde no la alcanzara el dolor y el amor no doliera.  Estaba atrapada en el infierno del desengaño, el cielo ausente de estrellas, cubierto de nubarrones, le descubrieron la forma de acabar con su agonía.  Estaba desfallecida y cubierta de sangre, yacía sobre la alfombra, y sintió como se le escapaba el alma, saliendo al encuentro de la paz ansiada. La encontró su hermana Carlota deambulando en los pozos del delirio.
Se sentía como una suicida frustrada, los ecos de sus palabras le retumbaban en los oídos, quedándose desnuda de lamentos…
 -”Que inútil eres, ni para matarte vales“
Recordaba a sus padres, ya mayores, llorando por ella, sin llegar a comprender porque lo había hecho, Nunca sabrían que le sucedió, su “cascabel” ya no existía. Los vio alejarse hundidos y  pensando que estaba perdida…
 El teléfono sonó. Una llamada la sobresaltó en esa mañana fría.
–Irene papa ha muerto- oyó- , por favor cariño, no corras- le suplicó Carlota.  Al fondo de esa voz entre cortada, se oían llantos.
-¿Ha sufrido?- es lo único que acierta a preguntar.
- No, muerte súbita- murmura Carlota.
Otra vez ese dolor amigo y conocido le atravesó las entrañas. Tuvo  que sentarse, la visión se le nubló y no pudo reprimir el grito ensordecedor. Con ese dolor inmenso entró en la cámara mortuoria. La luz brillaba en los cristales limpios. En un atril se podía ver apoyada una corona de rosas. Observó todos los detalles antes de enfrentarse a la muerte de su padre. Sus hermanas lloraban. Irene no pudo pronunciar ni una palabra, no fue capaz de abrazarse a ellas, ni a nadie.
Se acercó al ataúd y sus labios se posaron en la frente de su padre, estaba frío, muy frío y las lágrimas resbalaron por sus mejillas. Lo vio tan quieto, quiso creer que estaba dormido, se imaginó que en cualquier momento se despertaría. Se negó a creer que se había marchado, que no volvería a verle más. Ya no podría refugiarse en sus brazos, ni buscar en silencio su ternura. Se aproximó al ataúd.
- Papá, tengo que contarte que el chupete lo escondía en los zapatos–le dijo al oído muy bajito. La angustia le creció por momentos, no pudo aguantar la tensión en el último adiós a su padre. Cuando el ataúd, con un leve movimiento, se fue introduciendo sólo en el crematorio, este expulsó un ruido y una boca enorme apareció, con las llamas muy vivas se tragó el ataúd, se volvió a encoger y otro grito de esos que salen del alma, se le escapó por la boca…Las imágenes se agolpaban en lo profundo de su mente, miedo al futuro, cubierto de sombras. La sacaron en volandas y una vez en la calle alzó la vista, el humo gris, rápido volaba hacia el cielo.
-Adiós papa –.La gente la abrazaba solidándose con su dolor.
Ella busco métodos nuevos para mitigar su dolor, a días y a ratos, el dolor la rompía, creía que la sombra de su padre la veía entre copa y copa, su sonrisa, en el humo del cigarro y alguna que otra ráfaga de su loción preferida, olía.  Irene empezaba a volverse loca.

Llevaba días sin comer, deambulaba por las ramblas, arrastraba los pies por las aceras, llevaba en la frente una extraña  marca. Dormía en los cajeros, o en cualquier callejón, vio entrar y salir a la gente del Liceo. Iban elegantes, se figuró que eran gente con dinero. Pidió  limosna, el hambre podía con ella. No sabía si en la puerta del Liceo,  las personas eran piadosas.
Pasaron  las horas y  había acumulado treinta céntimos de euro.  No tenía ni para una barra de pan. Se sentía observada, unos la miraban con asco y otros con indiferencia.
Oyó cómo dos señoras murmuran -” La gente es perra, mira, esa todavía es bien joven para trabajar, pero no, es mas fácil vivir de la caridad de las personas buenas y cristianas como nosotras”. Se la heló la sangre. Al principio se avergonzaba de las miradas y en muchas ocasiones se sentía morir. La vergüenza, el frío y la negrura de la   noche la obligó a cruzar la calle, se escondió en un callejón oscuro, necesitaba dormir aunque solo fuese un par de horas, pero esa noche la lluvia caía furiosa, sin pausa, parecía retarla a duelo. Sabía que era una batalla perdida, la lluvia aventajada y cruel le empapaba el alma.
Tenía miedo, el cual le iba creciendo, poco a poco, como una planta, acobardada cerró los ojos y añoró su cama, su incertidumbre se acentuaba con los truenos.
Distraída miró como una paloma alzaba el vuelo, tenía el vientre inmaculadamente blanco, la siguió con la mirada y a escasos metros la vio posarse sobre unas luces de neón. Unas mujeres con escasas ropas, reían alegremente, entraban y salían unas veces acompañadas y otras solas. Se decidió a entrar, iba a pedir trabajo. Se miró. Se dio pena. Estaba sucia, mojada y hambrienta, un amago de asco le nació en el estómago, varias arcadas le quemaron la garganta, no tenía nada que devolver. El hambre y el sexo le produjeron eso… No estaba segura que sirviera para prostituta. Entró tambaleándose. Su aspecto era lastimoso, caminaba lentamente, no tenia fuerza.  Nada mas traspasar la puerta del local se cayó, no se esperaba la oscuridad.

-¿Señora se ha hecho daño?- oyó una voz, pero no pudo ver ningún rostro.

-No- intentó levantarse, pero no pudo, el hambre se le  asomo de golpe. Lloró y lloró mientras la abrazaban. Lograron calmarla, fue la primera muestra de cariño que recibió en mucho tiempo. Todo pasó rápido, preguntas y respuestas  en el sitio menos esperado. Allí  encontró algo de  compasión…
- ¿Hay algo más que deba saber?- le pregunta Bony, el jefe de las chicas.
- No, no soy ninguna ladrona, ni huyo de la policía- Bony la miraba fijamente y no insistió. La acompaño al piso de arriba, le trajeron un bocadillo de tortilla y un café con leche muy caliente, lo vomitó todo, su estomago estaba mal.
Bony era el dueño del local, y ése era su apodo. Era un hombre de mediana edad, atractivo y exageradamente bronceado, elegantemente vestido con una americana de punto y el pantalón negro, la gabardina doblada sobre el brazo y la corbata de seda en tono grisáceo.

-Estas son las reglas- le dijo en tono grave mirándose las manos - Te dejo este apartamento durante unos días, para que te recuperes y te busques un trabajo-.
 –Gracias- susurro Irene levemente. Quiso levantarse para agradecerle, pero la debilidad no se lo permitió.
-No me falles- ahora yo me voy, pero tu te vas derecha a la ducha- le dijo con una sonrisa, cerrando tras de si la puerta.

Se lanzó al baño y se metió en la ducha, fue un placer sentir correr el agua caliente sobre su piel, Se frotó el cuerpo fuertemente con la esponja, no supo el rato que estuvo bajo el agua, ni cuanto jabón gasto.
Salió y  una sensación de bienestar la reconfortó de arriba abajo. Desde la ventana del baño veía un trocito de la fachada de una iglesia, recubierta de piedras viejas, ésas que a ella tanto le gustaban y la invitaban a la meditación, envuelta en un albornoz rosa recorrió la casa, abrió y cerró puertas, las paredes estaban estucadas en blanco. Las puertas eran de madera noble y muy antiguas, la luz descomponía sus vidrieras en una amplia gama variada de violetas, la cocina grande y ordenada. Irene observaba los azulejos blancos y brillantes y una pila de trapos limpios y secos.
En la cocina miro por la ventana, desde allí podía ver el Liceo. Las copas de los arboles le dejaban poca visibilidad, pero adivinaba el trajinar de las gentes por el murmullo. Hacia poco que ella se encontraba pidiendo limosna, allí mismo, donde la gente trajinaba. Sé sintió insignificante. Nunca pensó que vivir en la calle fuese tan duro. Comenzó a llorar pero no encontró consuelo. Las nauseas la amenazan de nuevo.

Se acostó y se quedó inmóvil dentro de la cama acogedora y limpia, sintió como  la acariciaba un rayo de luna, un rayito que se colaba por las cortinas. Se sintió segura después de muchos días. No pudo ni supo controlar su vida, admiraba a quienes con el tiempo y pasó a paso, construyen llenos de satisfacción sus vidas, corrigiendo errores y celebrando ilusiones.
Desde que Gonzalo demostró quien era, su alegría nunca fue más alta que su pena… En Irene se instaló  una neblina que bailaba a su alrededor a todas horas. Los que la conocían sospechaban que algo horrible le ocurría, la recordaban feliz, subiendo cajas y ajuares. Todo fueron risas y cantes en esa casa. Había muchos que la recordaban    risueña y hermosa. Fue otra época. Durante los primeros años siempre tuvo una sonrisa permanente para todos…Eso duro muy poco, la risa dejo de oírse, y sollozos ahogados se intuían…Se volvió silenciosa y retraída, apenas murmuraba “hola” al cruzarse con algún vecino en la escalera. Muchos pensaban que el la volvió sumisa, se notaba que estaba amaestrada a golpes por “El señor de la casa”. Perdió la sonrisa y todo objetivo en la vida, no la dejaron seguir andando, le cortaron las alas y su cielo azul, se tiño de rojo.

Cada día se escuchaban casos nuevos, de mujeres maltratadas y muertas. Informaban sobre las ayudas, cómo denunciar, el eslogan  de “No quedarte callada”. Daban un número el 061. Los prejuicios sociales no dejaban actuar así, no podían denunciar, en muchos casos, las familias se oponían, no estaba bien visto “ser divorciada”. A su memoria le venían palabras, golpes, censura, miedos y angustias. Irene lamentó haber sido tan  frágil y cobarde. Fue  el miedo cruel quien al pasar por su vida la dejó en la más absoluta oscuridad. Se refugiaba en sus sueños, a veces infantiles, se consolaba cantando muy bajito las canciones que de niña se sabia…Los años pasaban muy lentos y se resigno al fracaso…
Necesitaba dormir pero le asaltan las dudas y se pellizca para comprobar si estaba soñando, pero no, el pellizco le hacía daño. La imagen de Gonzalo la perseguía, a menudo tenía miedo que la encontrara y la hiciera volver. No quería juzgarlo, no tenia fuerzas, pero fueron horribles, los años vividos con el.
Mientras el sueño la iba venciendo, su mente se sumergía una vez más en su desdicha, se veía desarropada, insegura y desdichada…Sus lagrimas mojaban las sábanas, era presa de la ansiedad. Su memoria debilitada le lleva corriendo tras la pelota en la playa, y a la navidad amada, cantando con sus hermanas. Sintió una vez más la nostalgia de su infancia lejana… Recordó lo que su madre le contara,  que cuando las personas estaban al borde de la muerte, y sin saberlo, uno se iba despidiendo de sus seres queridos y de los recuerdos.
-         Si hija, lo se porque eso es lo que hizo tu abuela pocos meses antes de morir.
 Irene se durmió creyendo firmemente que a ella le estaba pasando  eso, creyó ver a la muerte, tras de sí, venia vestida de blanco, le parecía raro, pues siempre la imagino de negro. Esa noche soñó con su padre, soñó que allí, en el cielo, estaba rogándole a Dios por la felicidad de su hija y, rogaba porque la vida le otorgase otra oportunidad. En sueños esbozó una tierna sonrisa.
El sol comenzaba a entrar por la ventana, era muy temprano y la despertó el canto de los pájaros. El día anterior observo desde un rincón, como levantaban las persianas los comerciantes, cuando despuntaba el día. Ellos acudían a sus negocios muy temprano, para  limpiar las jaulas, ponerles agua y alpiste, y otros a regar las flores. Pudo ver como alguno la miraba  con lastima…
Por la ventana entraba el característico olor a yodo, procedente  de la Barceloneta, más abajo savia que estaba la Golondrina, ese barco que ella en su niñez recordaba enorme y al cual no quería subirse por temor. El olor conocido la reanima y se levanta de golpe. Volvió al baño y se metió otra vez en la ducha. Estaba aturdida, los días habían sido muy extraños. Sintió abrirse la puerta y se sobresaltó.
-Irene soy yo, Bony, no te asustes que he ido a la Boqueria y te traigo víveres -salió envuelta en el albornoz rosa, llevaba el pelo mojado y sintió vergüenza, Bony se mostró sorprendido y la miraba de arriba abajo, con descaro.
-Irene que hermosa eres, que pelo mas largo tienes, ayer parecías una gitana y hoy te veo preciosa. Algunos hombres se volverían locos contigo, si quieres te busco clientes, hay muchos a los cuales le gustan las mujeres maduras- no paraba de sonreír y ella sintió miedo. Las nauseas le volvieron de nuevo.
-No tengas miedo mujer, es una broma, se acercó a ella y la abrazó dulcemente acariciándole el pelo. Por un instante Irene sintió la ternura de su padre
- Yo soy un hombre duro, pero también tengo mi corazoncito y se ve a la legua que no eres una buscona, y sé, que no estas en tu mejor momento - pronunciaba las palabras mientras la iba empujando hacia una silla.
- Venga siéntate que te voy a preparar el desayuno- hablaba sin parar, mientras iba trajinando en la cocina. En un momento le puso un café con leche humeante, y una bandeja con magdalenas y cruasanes delante de ella, Irene sé abalanzo, pues  estaba hambrienta, la tortilla de anoche la echo entera.
-No comas tan rápido mujer, deja que tu estomago asimile bien la comida, pues si comes con ansias lo volverás a vomitar – Bony la miraba con ternura y no dejaba de reír.

-¿Por qué me trata tan bien, es usted así de bueno y amable con todo el mundo?- le pregunto Irene, le impresionaba la manera de mover las manos que tenia Bony, lo hacía de forma elegante, con gestos acompañaba las frases.

-No soy tan bueno Irene, acuérdate que soy el dueño de un burdel y te diré que he estado en la cárcel, no es oro todo lo que reluce amiga, pero me recuerdas a alguien… De todas maneras no te fíes de las apariencias  y de mí menos. Y  por favor, no me llames de usted, que solo tengo dos años más que tu -  dijo, fijando su mirada en el techo y arrojando una espesa bocanada de humo. Sé levantó y le dijo que más tarde volvería.
Irene rebuscó en las bolsas, había de todo; leche, café y cola cao, frutas, carnes y pescado, no podía dejar de oler los alimentos. Bony se había gastado mucho dinero, había tanta comida, que pensó que duraría todo un invierno.
Lavó la taza del desayuno y se lavo la ropa, la puso a secar en el tendedero que daba al patio de luces, el edificio era antiguo y se oía a la gente hablar en varios idiomas. Los días pasaban lentamente. Irene la mayor parte del tiempo lo paso durmiendo,  a veces, el día y la noche se le juntan, estaba recuperándose, y ya parecía otra. Llevaba días sin que le asaltasen los recuerdos, cada vez se derrumba menos y sabía que necesitaba organizarse. Bony la visitaba varias veces al día. La animaba y la cuidaba.
Irene sabia que era un hombre vivido.
Bony se encariñó de ella, de su sencillez y su bondad. No quería que se marchara y era un tema que rechazaba en cuanto oía hablar de él. Aún, y a pesar, que Irene sabía ese pensamiento, le comunica sus deseos de partir, diciéndole que no desea molestar más y agradeciéndole todo lo que ha hecho por ella.

- Irene por Dios ¿dónde vas a ir?- ¿Quieres volver con tu marido?-¿Quieres que te mate?- Además yo te necesito para la limpieza del bar, veras, el mes que viene se jubila la señora Carmen, para entonces tu ya estarás bien, la limpieza en esta clase de locales se paga muy bien, limpiaras de las 8 de la mañana a las 13/00 del mediodía, y hasta las 16/00 horas no se abre, hay dos señoras más.  No tengas miedo mujer, este trabajo es tan honrado como otro – lo dijo de tirón, para nada iba a aceptar un no.

Irene lo miraba y pensaba que era un hombre especial, a veces le daba la impresión de que tenia el alma hostigada, otras que era un idealista. Notaba en su  mirada el sosiego de quien esta de vuelta de todo y otras notaba como la tristeza le invadía los ojos…
 Por fin después de muchos días sin pisar la calle, de verla nada más que por la ventana, decidió que era hora de salir. Se puso su ropa limpia y planchada, y noto que le quedaba grande, fue en ese momento cuando se dio cuenta de lo que había adelgazado.
Esta mejor a pesar de los kilos perdidos, hacia días que no sentía la   debilidad en las piernas, y la vista, ya no se le nublaba. Salió a la calle, llegó hasta el puerto, paseó por el pueblo de los pescadores. Las calles estaban repletas de restaurantes, en las terrazas se podía ver a la gente disfrutar, alegres y ruidosas. Los camareros salían y entraban mil veces cargando bandejas de marisco. El olor de gambas al ajillo le abrió el apetito.
Caminó por unos callejones, donde la ropa lavada se podía ver colgada en los balcones, observó como el teleférico cruzaba el mar…
Llegó hasta el Mare Magnum, estaba repleto de tiendas, de gente y de restaurantes.
En el camino de regreso, a la altura de la estatua de Colón, vio a Bony  saludándola a lo lejos. Se dirigía hacia ella.
- Irene, por Dios, que susto me has dado, llevo tres horas buscándote, temí que te hubiese pasado algo - las ojeras marcadas denunciaban su preocupación. Bony permaneció con los hombros encogidos mientras ella le explicaba lo que había hecho.
Se abrieron paso entre la numerosa gente, cogiéndola de la mano, le dijo que apresurara el paso. Al llegar al coche vieron sujetada con el limpia parabrisas la multa.
  -Te la descontaré de tu primera nomina Irene -  le dijo soltando una gran sonrisa.
Ella sabia que él era un buen hombre, sencillo y cercano, no comprendió como podía regentar un burdel,  donde se traficaban con los sentimientos, que todo era un intercambio; tú me pagas y yo te doy sexo. Bony le había dado tanto en tan poco tiempo que no tenía como agradecérselo.
Sabía que no tenia a donde ir, pero ese trabajo le daba reparos. Imaginaba la cara que pondría su madre si supiera dónde estaba. Pensó, que el ser humano es extraño, Bony sin amarla ni conocerla, en poco tiempo, le tuvo más respeto que Gonzalo en años. Se montaron en el coche, Bony comenzó a  silbar, al mismo tiempo que conducía. Era la melodía del “Último Mohicano”. Irene disfrutaba, era una sensación agradable, de libertad, el aire la acariciaba el rostro, y agradeció que el Sol tocase su piel con esos rayos tan generosos.
-¿Donde vamos Bony?- le preguntó sorprendida.
- Al Corte Ingles de la Diagonal- Ya es hora de que te compres ropa, te lo descontare de la nomina- respondió con autoridad.
-Pues te debo tanto que no bastara la primera nomina-contesto Irene sonriendo. Un sensor los detecta abriéndose las puertas. Una bocanada de aire caliente los invita a entrar. Bony insistió en que se comprara todo lo que deseara, ropa, calzado, colonias…
-¿Bony  estás loco?- le decía vergonzosa. Él sonreía, reconvertido en un gentil caballero, con mirada benévola. Ninguno entendía tanto pudor, aunque el entendimiento sobraba, ya que todo parecía tener matices diferentes.
Empezó encargándose de la limpieza. Le encargaron el mantenimiento de los baños de la primera planta. Las mujeres que frecuentaban estas instalaciones eran poco cuidadosas, siempre se los encontraba muy desarreglados, se notaban los encuentros sexuales. Reponía las toallas. No podía evitar un cierto repelús, al hacer los baños que estaban en la planta baja. Allí frecuentaban los “chulos”. Irene se guarecía en su silencio y los arreglaba lo mejor que podía.
Más de una  mañana al entrar se encontraba con algún cliente borracho. La visión de cuerpos desnudos practicando sexo, se convirtió en habitual para ella.
-Aquí se vende sexo, en la frutería, frutas y en la pescadería, pescado- le decía Bony. Al filo de la media noche, en la quietud de las horas muertas, esas mujeres ofrecían compañía por unos billetes, unas tan distintas de las otras, pero todos los motivos iguales, todas por dinero, prestas a su oficio, iban muy pintadas y casi desnudas, ofrecían su cuerpo y vendían hasta el alma.
A pesar de todo y con el pasar de los días, Irene se acostumbró a ese trabajo. Limpiaba los cristales incrustados de rosetas y las columnas de mármol con sumo cuidado, los suelos los dejaba brillantes, mientras una música suave y metódica acortaba las horas. El local le salvó la vida, aún a pesar de sus miserias, con el, amansó sus miedos…Ya nunca cerraba los ojos. Irene nunca pudo ver la vida con el mismo cristal que una chica de su edad, su vida dejo de ser normal, cuando Gonzalo dejo de amarla. Todos sus pensamientos se agolpaban en la memoria, recordó la teoría en la que cuentan que cuando nacemos, todos llevamos una caja de fósforos, pero que no podemos encenderlos solos. Cada persona tiene que descubrir como encenderlos uno a uno, el tiempo pasa y sino descubrimos la esencia, los fósforos humedecen y nuestra vida va desvaneciéndose, por eso, tenemos que buscar el modo de que los fósforos nunca se humedezcan y uno a uno se enciendan…

Ella sabia que su cajita de cerrillas estaba húmeda. Poco a poco iba sonriendo, ahorraba hasta el último centavo, Bony le simplificaba las cosas y la convenció para que los viernes por la noche se arreglase y sirviese copas detrás de la barra. Ella no quería, le daba vergüenza, pero un viernes accedió y no lo paso tan mal como pensaba, además tenia benefactor. Bony la convenció para que bajase todos los días y juntara dinero, le recordó lo mal que estaba cuando la conoció, y eso sólo le bastó para dejarse convencer...las chicas del local la buscaban, pues Irene las escuchaba, y las consolaba cuando sufrían...porque en un “prostíbulo” también se sufre. Eran  personas antes que dinero,  unas tenían necesidades, y otras obligaciones, unas lo ejercían obligadas por los “chulos” otras porque tenían hijos, y algunas porque eran ambiciosas.  Irene aprendió rápido.
Las propinas que le daban eran generosas, en esos sitios la gente suelen ser generosa, no dan mucha importancia al dinero, la necesidad de compañía, les obligaba a actuar de esa manera, con las “propinas” ganaba más que con el sueldo que cobraba. Pronto tubo una buena cuenta en el banco, Bony la hizo encargada de lunes a sábado, solo disponía del domingo como día libre. Limpiaba por las mañanas y por las tardes hasta las tres de la madrugada, servía copas y cobraba.

Al cabo de un año decidió ir un día a una  clínica de estética, aconsejada por más de una chica del local. Algunas se habían  operado y se las veía hermosas. Pidió hora y en menos de un mes se quitó 15 años de encima, realzando su hermosura.
Bony acabó perdidamente enamorado de Irene, se fue dando cuenta que no podía vivir sin ella. Al principio no se atrevía ni a pensarlo, pero poco a poco tubo que aceptarlo, pues a sus cuarenta y siete años se sentía como un adolescente, el corazón le galopaba cuando la veía detrás de la barra, y se entristecía como un colegial, cuando no estaba.. Cuando Irene tardaba un poquito mas de la cuenta, que no era habitual en ella, se ponía nervioso, y de pronto se avergonzaba de su pasado, muchas veces creyó no estar a la altura de ella. No se atrevía a mirarla con ojos de hombre enamorado. Las chicas del club, ya se habían dado cuenta y bromeaban con ello, él se enfadaba y se acaloraba pensando en la posibilidad de que se enterase Irene, en que llegase a oídos de ella... Y por otro lado estaban sus celos, por allí pasaban hombres de todo tipo, famosos, anónimos, pobres y ricos. Ésos celos locos y dañinos que le entraban cuando algún cliente quería pagarle una copa. Ella siempre se negaba a todo, y las mujeres la llamaban tonta y a más de una le molestaba su presencia. Algunas no paraban de recordarle como la recogieron cuando estaba tirada en la calle. Hubo una noche que un cliente le llegó a poner un cheque en blanco, era un señor muy importante, económicamente hablando, pues estaba muy solo, el dinero no le valía para llenar su alma, y se llegó a enamorar perdidamente de ella, pero Irene se mantuvo firme. Por eso y otros motivos el amor de Bony  se desplegó como un abanico. Durante toda su vida sólo conoció a mujeres que se acostaban con cualquiera por dinero. Hacia muchos años que heredo el local de su madre, ella fue una mujer de la noche, hasta que un día, viendo que se hacia mayor y no podía aguantar aquel trote, decidió con los ahorros comprarse el local.  Él nació y creció en ese ambiente, nunca supo quien fue su padre. Cuando murió su madre, heredo el negocio, que conocía a la perfección y con los ojos cerrados se sabía todos los trucos.

Todo cambió una madrugada en que Gonzalo, el marido de Irene, apareció por allí, buscaba una noche de juerga, acompañado por sus amigos de siempre y dispuestos a pasar un buen rato, por un puñado de billetes, Irene se quedó de piedra, y al percatarse de que no la habían visto,  decidió  esconderse, pero Bony no se lo permitió.
- A los toros hay que cogerlos por los cuernos- dijo muy serio.
Llamó a  los guardias de seguridad de la puerta y se colocaron cinco repartidos por la barra del bar, bebiendo y charlando con las chicas como si de clientes habituales se tratasen, Gonzalo subió con dos chicas a un reservado, siempre fantaseo con estar con dos mujeres a la vez. Sus amigos  se fueron con otras, el champan corrió como la pólvora, los camareros subían y bajaban, pedían cambios, pero preferían a las exóticas… A la hora de pagar, y después de correrse tal juerga, se dirigió con sus amigos a la caja, al levantar la mirada y entregarle la visa, se quedó atónito, le cambio el semblante, estuvo varios segundos mirándola.
-¿Irene?- dijo temblándole la voz -¿Eres tú?
-Si, Gonzalo.
-¿Que haces aquí?-

Bony y todos los de seguridad vigilaban desde una distancia muy corta, atentos a cualquier movimiento extraño. Gonzalo pagó y le tiró un puñado de monedas.
- Puta, quédate con la calderilla- le grito asqueado.
 Irene temblaba de arriba abajo. En estos dos años había cambiado mucho y creía tener el pasado superado, pero volvió a sentirse desvalida y a temblar, como en aquellos tiempos lejanos, en los que ella era una muñeca rota. Ahora ya no estaba sola, Bony se dirigió hacia Gonzalo con la mirada llena de furia. -Señora acepte las disculpas de este caballero, esta borracho y no sabe tratar a las mujeres- dijo Bony sarcásticamente. Gonzalo lo miro y le escupió en la cara, entonces Bony lo agarró de la corbata y tiró de él hacia la calle.
Allí empezó a pegarle y a decirle que a una mujer nunca se la debe maltratar. Los amigos de Gonzalo y los guardias de seguridad comenzaron a golpes. Los vecinos ante tal escándalo, pronto llamaron a la policía, y en menos de una hora estaban todos declarando en la comisaria de la Vía Layetana, ubicada en una de las principales avenidas de la ciudad de Barcelona. Bony fue el primero al que metieron preso, era muy conocido su historial en la ciudad condal.
Irene estaba rara en los días siguientes, se sentía triste al no ver a Bony. Dejo de ir a trabajar por las noches de cajera, también tenia miedo de que Gonzalo volviese. Pero lo que más le asustaba era ese sentimiento que había nacido de nuevo en su pecho, se negaba a creer que estuviese asustada de nuevo, ella que renegó del amor, que juraba que jamás volvería a querer a hombre alguno. Allí se la veía a ella misma, junto con su sombra, llorando y sufriendo de nuevo. La vida misma se le aparecía de nuevo. Había vivido  sin definición ni certeza, había estado enmascarando sus sueños, negándose a reconocer que eso, era solo un alto en el camino…

Bony llegó después de muchos días, al comienzo de la tarde, compuesto y elegante como siempre, con una desmesurada sonrisa, pero Irene ya lo conocía y su mirada estaba velada por la tristeza. Su andar delataba su cansancio. En sus adentros mas hondos, a Bony un loco latir del corazón sintió al volver a verla. Había perdido el juicio y la razón por ella, corrieron el uno hacia el otro, aferrándose en un fuerte abrazo.
Bony le entrego un ramito de violetas que acababa de comprar en la calle.
-Te amo- Susurro Bony.
-Yo te admiro y te respeto-contesto Irene
 Irene no podía escaparse del pasado, ni mirarse en los ojos del presente. Bony liberó el llanto sostenido, torpe e incapaz de matar aquel amor que lo embargaba. Bony quería amarla minuto a minuto, disfrutar del néctar dulce que manaba de su boca, olvidando los años y saboreando la gloria... 
Al languidecer la noche, serenos y con los cuerpos desnudos, ella no pudo acariciar la esperanza de una vida compartida. Bony creyó poder sostener en un minuto el cielo con la mano, comprobando que los sueños, sueños son…




Esa tarde el miedo de Irene que llevaba mucho tiempo retenido, se presento sin llamar en su alma dormida.
Esa tarde gris, de cielo plomizo, quiso el destino rescatar lo peor de la vida. Allí, en aquellos adoquines que un día, le sirvieron de sábana, Irene cae de rodillas, luego, la mitad de su cuerpo descanso de espaldas, mirando al cielo, como rezando...
Vio como la muerte, con un vestido blanco, se acercaba mansamente por la calle de las viejas piedras. La reconoció al momento. Irene se sintió extraña. Alguien llamo al 061, ya era tarde… La muerte le canto una nana…

Marga Ribera

miércoles, 30 de noviembre de 2011

UNA TRÁGICA HISTORIA


CONTINUACIÓN DEL CAPITULO 16...


Ha pasado un año tras la muerte de mi querido Miguel, Rosa es fría conmigo, y la entiendo, solo un "Hola "y un "Adiós" es lo que me dedica cada vez que acudo a su casa a ver a mi nieto...Corre como un diablillo cada vez que me ve,  una sonrisa le ilumina la carita y corre hacia mi con los brazos extendidos "Yaya,yaya" esa sonrisa es lo que me sostiene a la vida.  
A los tres meses de morir mi marido, se leyó el testamento, recordé el día que Miguel me pidió que lo acompañara a su despacho, sentado tras la noble y vieja mesa de roble, abrió un cajón, sacando los documentos me dijo "Tienes que firmar"...


A los pocos meses de leído el testamento,la relación entre Mercedes y Ernesto dejo de existir, Mercedes al enterarse de que la clausula la dejaba sin poder, de que nunca podría ser la señora de la noble y vieja mansión dejo a Ernesto, lo dejo sumido en una depresión, pues por fin mi hijo conocía los motivos "De tanto amor" comprobó por el mismo lo arpía que era Mercedes, y el falso amor que le jurara tantas veces...
A los pocos días de leído el testamento,Mercedes entro en mi casa sin permiso, después de tanto sufrimiento, de alimentar sin tregua mis desgracias, con la sonrisa cínica que la caracterizaba, exclamo alegremente
-Ya tienes lo que te mereces, el corazón de tu hijo esta tan roto, como el mio¡¡¡querida Josefina¡¡¡-
Me puse de pie, presa de un súbito odio, me abalance sobre ella, no logro detener mi mano, que le callo en su mejilla, como un rayo...
-No me atormentes mas, porque estoy tan loca como tu, solo tengo ganas de matarte con mis propias manos- grite como si estuviese poseída por el diablo.
Mirándome fijamente me dijo-"Aquí no acaba todo, yo también te voy a dar un nieto"  salio riendo, resonando en toda la sala.


Ernesto no quería vivir sin Mercedes, no podía soportar que no lo amara,que todo fuese mentira.
Conforme pasaban los días Ernesto no mejoraba,cada día lograba acabar un poquito mas, consigo mismo, se pasaba los días y las noches encerrado en el despacho de su padre, bebiendo, yo escuchaba como se golpeaba contra las paredes, sin poder ayudarlo, máldeciendonos a todos,se pasaba las noches buscando consuelo en el alcohol...Esa noche estaba peor que nunca, los golpes no paraban y sus quejidos eran cada vez mas dolorosos,un mal presentimiento se me instalo en el alma,no podía quitarme de la cabeza sus quejidos lastimeros, y supe que estaba tramando una locura, el agotamiento de su alma venció a su espíritu, sentí un ruido, un disparo, corrí al despacho seguida de mi doncella,Ernesto yacía inmóvil en el suelo,con una expresión dolorosa en el rostro, me arrodille delante de mi hijo, espiando el mas leve latido de su corazón, sus ojos centelleaban-Perdóname mamá-  fueron sus ultimas palabras...


Uní  mi rostro al suyo y nuestras lagrimas se unieron, lo estreche fuertemente entre mis brazos y note como la vida lo abandonaba... Sentí el frío de sus manos y el frió de su cuerpo, sentí como las campanas del monasterio de San Ramón tocaban...y vuelve a ser otoño. 




Sin fin, continuara...